Eres,
¡oh España!, la más hermosa de todas las tierras que se extienden
del Occidente a la India; tierra bendita y siempre feliz en sus
príncipes, madre de muchos pueblos. Eres con pleno derecho la reina
de todas las provincias, pues de ti reciben luz el Oriente y el
Occidente. Tú, honra y prez de todo el orbe; tú, la porción más
ilustre del globo. En tu suelo campea alegre y florece con
exuberancia la fecundidad gloriosa del pueblo godo.
La
pródiga naturaleza te ha dotado de toda clase de frutos. Eres rica
en vacas, llena de fuerza, alegre en mieses. Te vistes con espigas,
recibes sombra de olivos, te ciñes con vides. Eres florida en tus
campos, frondosa en tus montes, llena de pesca en tus playas. No hay
en el mundo región mejor situada que tú; ni te tuesta el ardor del
sol estivo, ni llega a aterirte el rigor del invierno, sino que,
circundada por ambiente templado, eres con blandos céfiros regalada.
Cuanto hay, pues, de fecundo en los campos, de precioso en los
metales, de hermoso y útil en los animales, lo produces tú. Tus
ríos no van en zaga a los más famosos del orbe habitado.
Ni
Alfeo iguala tus caballos, ni Clitumno tus boyadas, aunque el sagrado
Alfeo, coronado de olímpicas palmas, dirija por los espacios sus
veloces cuádrigas, y aunque Clitumno inmolara antiguamente en
víctimas capitolinas ingentes becerros. No ambicionas los espesos
bosques de Etruria, ni admiras los plantíos de palmas de Molorco, ni
envidias los carros alados, confiada en tus corceles. Eres fecunda
por tus ríos, y graciosamente amarilla por tus torrentes auríferos;
fuente de hermosa raza caballar. Tus vellones purpúreos dejan
ruborizados a los de Tiro. En el interior de tus montes fulgura la
piedra brillante de jaspe y mármol, émula de los vivos colores del
sol vecino.
Eres,
pues, ¡oh España!, rica de hombres y de piedras preciosas y
púrpura, abundante en gobernadores y hombres de Estado; tan opulenta
en la educación de los príncipes, como bienhadada en producirlos.
Con razón puso en ti los ojos Roma, la cabeza del orbe; y aunque el
valor romano vencedor se desposó contigo, al fin el floreciente
pueblo de los godos, después de haber alcanzado el triunfo sobre los
romanos, te arrebató y te amó, y goza de ti lleno de felicidad
entre las regias ínfulas y en medio de abundantes riquezas.
Nuestro
aire nunca contaminado por la neblina de los pantanos. Cubierta de
ganados, segura y abastecida de castillos. Por Bóreas las yeguas
parían nuestros equinos, éramos lozanos de caballos, provechosos de
mulos. Atlas era nuestro amable vecino. Los peces nos traían oro en
la boca. No hay esquina en la tierra que de tumba hispana
carezca.
Pobre
Híspalo, tan repentino fue su dolo y destrucción, que no ha habido
torbellino ni lluvia ni tempestad de mar a que lo pudiese asmar ¿Cual
mal o cual tempestad no pasó por Hispania? Adolorida, ya más muerta
que viva, suena su voz así como del otro siglo. Doloroso es el
llanto, llorosos los alaridos de Hispania que llora a los suyos hijos
y no se puede consolar porque ya no son. Las suyas casas y moradas es
todo yermo despoblado y su honra es tornada en confusión. Los buenos
combatientes se perdieron en extremo. Los que se apreciaban
caballeros encorvados labran el suelo.
Mírense
ahora y lloren, en vez de jueces, tienes caciques, en vez de mana,
comes lodo, en vez de unión, hay división, en vez de gloria,
tenemos pena, en vez de felicidad, desesperas... ay de ti, tierra
demacrada y engañada, ay de los Hispanos perdidos y ambulantes.
Botaron los imbéciles el peso ligero de la suave cruz, en su lugar
prefirieron empujar la piedra de Sísifo eternamente condenados por
su obstinación. Por ésto, doblemente fuiste humillado, hecho igual
al polvo y al pasto quemado. No olvida el Señor ni puede ser
confundido. Y el tiempo para arrepentirse está advenido. Corazón
nuestro estáte preparado.