viernes, 27 de septiembre de 2024

El tiempo.


¿Porqué una vida finita de a lo sumo 60 años puede hacerse meritoria de una vida eterna ya sea de sufrimiento o de gozo?
 
Porque el tiempo eterno que es de Dios y el instante humano están hechos de lo mismo.
 
Mídeme el ahora, el instante de ahora. Pero cuando empiezas a medir, ya no estas midiendo el ahora, empezar a medirlo es medir el pasado que ha transcurrido desde que empezaste a medir. Y cuando acabes, porque si nunca dejas de medir entonces eso sería eternidad de por sí, cuando acabes de darle circunferencia y radio al instante ahora ya no es instante, y pasó a ser pasado completamente.
 
Mídeme la eternidad, el número de segundos en el para siempre. Pero cuando empiezas a medir, ya no estás midiendo la eternidad, empezar a medirla es medir algo que empieza, cuando la eternidad es aquello que nunca puede empezar porque no termina nunca. Cualquier paso siempre está más cerca de cero que la meta, por lo que es inconmensurable, y nunca empieza. Y no puedes dejar de medirlo, porque si dejas de medirlo entonces le has dado circunferencia y radio al infinito, y eso es un ser finito.
 
Entonces, vemos que el instante está hecho de lo mismo que la eternidad. Si son de la misma materia, uno puede cambiar el instante por el infinito y viceversa. 
 
La diferencia entre el instante y la eternidad, es que el instante es mutable y la eternidad no. Aquello que es eterno no puede ser sujeto la mutación, y mutación es que algo que no estaba en sí aparezca espontáneamente o que algo sí estaba en sí sea aniquilado totalmente. Y por definición, si algo cambia deja de ser lo que era para ser otra cosa, lo que es eterno para ser eterno no puede mutar. 
 
Entonces, el instante humano tiene esto, de que mientras uno respire es mutable, pero ¿y cuando el instante del hombre ya no continúe? ¿Cuando muera qué? Pues es lógico que aquello que ya no puede mutar es eterno, el hombre lo único que perdió fue la mutabilidad, el alma todavía existe, ya que el alma es eterna, y ahora el estado en el que estaba el alma cuando deja de ser mutable ha de determinar un destino, un final justo y meritorio según la medida universal de lo que es bueno y lo que es malo. Si creemos en Dios como juez justo, sabemos que es lógico entonces que el castigo ha de ser proporcional a las transgresiones cometidas, y el premio proporcional a los méritos adquiridos. Ya sea por desobedecer al Dios eterno, o por haberlo obedecido, la moneda de pago por ese instante final ha de ser algo de igual valor: un premio que nunca terminará o un castigo que nunca dejará de comenzar.

¿Y de aquello entonces, que puede ser cambio pero no mutación? Llámesele amplitud. La amplitud de un algo, algo que existe en potencia, o que algo que evidencia su proceder por su vestigio. Nos dice esto entonces que el inicio se contiene en su final, y el final se contiene en su inicio. Pero la vida humana por estar compuesta de instantes es libre de romper de esto, es mutable, puede dar un final que no estaba en su alma: el humano es la criatura más liminal que existe. Su final solo está determinado por la acción del instante.
 
Luego si creemos en el dominio de Dios sobre la naturaleza, y en su omnisciencia y en su perfecta bondad, debemos creer que usa su omni-precognición, y más hallá de intuición perfecta, su elección elije siempre el aquello que es bueno para el mundo, dándonos el mejor de todos los mundos. Pero el hombre puede ir contra esos designios, porque su final no está realmente contenido en su inicio como lo está en todo el resto de la creación, sino que está en su transcurso, en su instante.
 
La permisión de Dios de dar al hombre libre albedrío no expresa ninguna obligación de desobediencia, si no que la existencia del permiso para obedecer o no valoriza genuinamente la obediencia, dando como resultado una criatura viva y no un autómata fatalista. La existencia del mal constituye la condición preliminar para la libertad humana.

Puede el hombre medir el tiempo, pero es el tiempo una ilusión, porque ni pasado ni futuro existe. Solo existe el instante de ahora. Si el pasado existiera, entonces cada instante menos el nuestro es una eternidad, pero eso evidencia un Dios ocioso, entonces no existe el pasado; si el futuro existiera debería de ser visible pero no lo es, debería contener el principio o su pasado, pero si no existe pasado tampoco existe futuro.
 
Por todo esto concluimos que es meritorio que el hombre finito pueda con su instante ganar una eternidad en el Edén o en el gehenna según sea su elección. En corto: el hombre es el resultado de sus actos.